El Profeta Guerrero by R. Scott Bakker

El Profeta Guerrero by R. Scott Bakker

autor:R. Scott Bakker [Bakker, R. Scott]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Fantástico
editor: ePubLibre
publicado: 2004-01-01T00:00:00+00:00


15

Anwurat

Donde lo sagrado toma a los hombres por idiotas, los locos toman al mundo.

Protathis, El corazón de la cabra

Finales de verano, año del Colmillo 4111, Shigek

Un lecho fluvial seco cruzaba el corazón de la llanura. Durante un rato Cnaiür cabalgó por él y sólo lo abandonó cuando el curso empezó a ovillarse como las venas de un anciano. Tiró de las riendas de su caballo negro hasta que se detuvo junto a la orilla. Las colinas que reseguían la costa se alzaban ante él, con las cumbres y los tramos que daban al mar todavía rodeados de polvo como tiza. Al oeste, las falanges ainonias que quedaban se estaban retirando ladera abajo. Al este, innumerables miles de hombres corrían a través del pasto arrasado. No lejos, en un pequeño montículo, vio a un grupo de soldados de infantería vestidos con largas faldas de cuero negro con aros de hierro cosidos, pero sin cascos ni armas. Algunos estaban sentados, otros de pie, quitándose la armadura. Con la salvedad de los que lloraban, todos contemplaban las colinas circundantes con una expresión de horror estupefacto.

¿Dónde estaban los caballeros ainonios?

En el extremo más oriental, donde la banda turquesa y aguamarina del Meneanor desaparecía tras los pardos fundamentos de las montañas, vio que un inmenso torrente de jinetes kianene avanzaba por la playa. Ahora no tenía necesidad de ver los estandartes para saberlo: Cinganjehoi y los Grandes de Eumarna, atravesando la franja de tierra sin oposición alguna.

¿Dónde estaban las reservas? ¿Gotian y sus Caballeros Shriah, Gaidekki, Werijen Grancorazón, Athjeäri y los demás?

Cnaiür sintió una punzada en la garganta. Rechinó los dientes.

«Está volviendo a suceder…».

Kiyuth.

Sólo que en aquel momento él era Xunnurith. ¡Él era la mula arrogante!

Se secó el sudor de los ojos y observó cómo los fanim galopaban tras una pantalla de distantes hierbajos y raquíticos árboles, una marea sin fin.

«El campamento. Cabalgan hacia el campamento».

Dando un grito, espoleó su caballo hacia el este.

«Serwë».

Masas de hombres belicosos animaban el horizonte, chocando contra persistentes líneas, arremolinándose en un tumulto. El aire no retumbaba, más bien siseaba con el sonido de la batalla distante; como un mar oído a través de una concha de caracola, pensó Martemus, un mar irado. Sin aliento, observó cómo el primero de los asesinos de Conphas se encaminaba hacia el Príncipe Kellhus, alzaba su corta espada.

Se produjo un instante imposible, una aguda inhalación.

El Profeta simplemente se volvió y cogió la hoja descendente entre el pulgar y el índice.

—No —dijo.

Y después hizo un barrido y derribó al hombre al suelo con una increíble patada. De algún modo, el puñal del asesino llegó hasta su mano izquierda. Todavía agachado, el Profeta lo hundió en la garganta del asesino y lo dejó clavado al suelo.

Había pasado sólo un momento.

El segundo asesino nansur salió corriendo hacia adelante, embistiendo. Otra patada de cuclillas y la cabeza del hombre salió rebotada hacia atrás. El cuchillo resbaló de unos dedos sin vida. Cayó sobre el suelo como una túnica vieja, muerto.

El bailarín–espada zeumi bajó su inmensa cimitarra y sonrió.

—Un hombre civilizado —dijo, con voz grave.



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